Una suave brisa acaricia el prado asturiano esta mañana, la hierba alta, los dientes de león y las margaritas se alzan, en la distancia se aprecia el corte con el acantilado y el mar, tumbada en la hierba, mirando al cielo, las margaritas por encima de la cabeza se mecen con el viento.
Desde pequeña he caminado por los acantilados de mi pueblo, parando a cada rato para recoger manzanilla de los muros medio derruidos, de entre la pizarra de las propias rocas, el olor es espectacular y el contraste con el mar agreste, no te deja indiferente.
La vida en el Llagar es dura, se maya en otoño, pero no sirve cualquier día, tiene que ser menguante, porque es más propicio. Los agricultores van con sus sacos llenos de manzanas y ahí empieza la fiesta, esa que nos indica que el invierno anda rondando, que nos anuncia que el amagüestu está cerca.
A vueltas con un papel vintage, romántico pero sutil para una cocina, íbamos a empapelar toda la pared y también una zona de baldas, pero a él no le gustaban mucho las flores, no quería cansarse del color, así que rebajamos, y después volvimos a rebajar y al final salió. Justo lo que Sara y Sergio querían, nuestro primer papel de la colección, Monzon, por Monzoncillo, el apellido de mi clienta.
Desde pequeña recuerdo una película, se llamaba Ferngully y me dejó marcada para siempre. Era una peli de dibujos del año 92 que narra las aventuras con un claro sesgo ecologista de un humano y un hada que convierte en pequeño al humano y le enseña su mundo bajo los árboles de una selva tropical en Australia. Se trata de una película que narra como las maquinas quieren destrozar el monte para construir, y como ellos pelean porque no suceda, juntos. Me encantaban sus escenas, entre arboles, con un tipo de imágenes pelín oscuras, saltando sobre setas gigantes, encendiendo las que salen en los árboles al bajar de unas a otras, navegando en una hoja por un pequeño lago… Este mural es parte de mi infancia, de mis recuerdos y de mi imaginación.